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VERDI-RIGOLETTO (CARO NOME)


Rigoletto es una ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi y libreto de Francesco Maria Piave, basado en la obra teatral Le Roi s'amuse de Víctor Hugo. Fue estrenada el 11 de marzo de 1851 en el teatro La Fenice de Venecia.
Un intenso drama de pasión, engaño, amor filial y venganza que tiene como protagonista a Rigoletto, el bufón jorobado de la corte del Ducado de Mantua, esta ópera ofrece una combinación perfecta de riqueza melódica y fuerza dramática.
A primeros de 1851, el teatro de La Fenice de Venecia invitó a Verdi a componer una nueva ópera para ser estrenada allí. Verdi eligió el drama francés Le roi s’amuse (El rey se divierte) del escritor Víctor Hugo, aún a sabiendas de que esta obra había estado censurada en París, acusándola de manifestar el libertinaje de un rey. Por eso mismo, Verdi aceptó desde un principio modificar los nombres y los lugares siempre que pudiera conservar el núcleo del drama.
Pero tres meses antes del estreno llegó de nuevo la censura que vetó el libreto. El comunicado decía así: El gobernador militar de Venecia, señor Gorzowski, deplora que el poeta Piave y el célebre músico Verdi no hayan sabido escoger otro campo para hacer brotar sus talentos, que el de la repugnante inmoralidad y obscena trivialidad del argumento del libreto titulado La Maledizione. Su Excelencia ha dispuesto pues, vetar absolutamente la representación y desea que yo advierta a esta Presidencia de abstenerse de cualquier ulterior insistencia al respecto...
El asunto se resolvió gracias a la diplomacia de los administradores del teatro. Se trasladaron a Busseto y allí se pusieron de acuerdo con Verdi y el libretista para que se cambiasen al menos cinco puntos:
Trasladar la acción de la Corte de Francia a una Corte menor.
Cambiar los nombres de los protagonistas inventados por Víctor Hugo.
Cambiar la escena en que el libertino posee una llave para acceder al cuarto de la protagonista por otra distinta que respete la necesaria decencia.
La visita del rey a la taberna será casual y no dictada por bajos propósitos.
Verdi aceptó estos condicionantes y el contrato se firmó. Las firmas fueron tres: Verdi, Piave y Guglielmo Brenna, secretario de La Fenice. Así fue cómo nació la ópera Rigoletto que hoy se conoce. Verdi se propuso en esta obra conciliar la estructura tradicional del melodrama con la complejidad del protagonista, Rigoletto, y eso no lo pudo cambiar la censura con sus condiciones. El bufón Rigoletto es un personaje verdiano, que se mueve entre el afecto por su hija y el odio por el Duque y los cortesanos. Es exactamente lo que Verdi quería realizar.


MOZART-LAS BODAS DE FIGARO (QUE ES EL AMOR)


Mozart conoció a su más importante libretista en casa del barón Wetzlar, padrino de su primer hijo. Lorenzo Da Ponte, nacido en un pueblo de la provincia de Venecia, inició una vida aventurera después de abandonar la carrera eclesiástica, llegando a ostentar el cargo de dramaturgo de la corte imperial, en cuyo desempeño había escrito algunos libretos de poco éxito, cuando aceptó el primer encargo de Mozart: Las bodas de Fígaro.
La idea, bien arriesgada por cierto, de poner música a la obra de Beaumarchais, había partido de Mozart. Después de su estreno en París, y a pesar de las numerosas traducciones hechas al alemán, el emperador no había concedido el permiso para representarla en Viena, pues estaba claro que era un «ave de mal agüero de la revolución». Mozart y Da Ponte sacaron a relucir sus mejores argumentos ante José II para que les permitiera hacer una ópera de tan peligroso material, prometiéndole el libretista «borrar todo aquello que pudiera herir la decencia y el buen gusto».
Da Ponte reduce a cuatro los cinco actos de la comedia, y a once sus dieciséis personajes, al tiempo que exime, casi por completo, a Fígaro de su cometido de fustigador de la sociedad. Algo queremos ver en el «Se vuol bailare», y poco más, porque aquella cita de la abolición del «derecho a la primera noche» del feudalismo, llega a cansar al Conde y se repite para hacer reír al público.
Con su comedia, Beaumarchais había conseguido ya su propósito de crítica social; Da Ponte prometió al emperador moderación, convencido seguramente de que ellos no tenían por qué volver a repetir algo que otro había conseguido plenamente, y a Mozart le tocaba lograr en el teatro lírico una revolución de igual o mayores proporciones a la conmoción social producida en París por la comedia.
Se trataría de una ópera bufa al gusto de la corte? Ellos la titularon Commedia per música, y advertían en el prólogo que era un «género casi nuevo de espectáculo».
El «embrollo» sí era el de una ópera bufa, algo más extenso desde luego, y las figuras que lo movían, sobre el papel al menos, también parecían las de siempre, salvo ese siervo que planta cara a su señor. Marcellina, Don Basilio, Don Curzio y Antonio el jardinero son personajes de la commedia dell’arte y de la ópera bufa, y Bartolo lo es tanto, que en su aria «La vendetta» se convirtió en el modelo del bajo bufo.
Pero las novedades son más abundantes que las sujeciones al género; lo que hace de Las bodas de Fígaro un espectáculo distinto de todo lo visto hasta entonces, está en los grandes finales, el del segundo acto que resume y concluye la primera parte, y el del cuarto acto, fin de la obra. Estos dos grandes números (no interrumpidos por los recitativos secos), que abarcan una gran variedad de escenas y situaciones, son por su extensión y riqueza dos de las piezas fundamentales del teatro musical. En el último, además, la acción queda suspendida en una mística ensoñación, «Contessa, perdono!», momento único en toda la música dramática, antes de precipitarse en la veloz carrera final.
El conde Almaviva y Fígaro son dos figuras de una dimensión desacostumbrada, y aún más Susana, que en el aria del cuarto acto se eleva tan por encima de la soubrette cuya apariencia toma, que se hace difícil reconocerla como tal. Cherubino, del que se ha dicho que es un don Juan adolescente, hace exhibición de sus sentimientos, mientras los demás expresan los suyos de forma más contenida, y más que ninguno la Condesa, personaje de rango espiritual superior, más noble que la imaginada por Beaumarchais, y que, por sí sola, haría de esta ópera un género de espectáculo siempre vivo. La orquesta aquí no es vestidura ni ornamento, no es parte del escenario, sino de los mismos personajes, porque, como dice Wagner, todos los instrumentos tienen «el inquieto aliento de la voz humana».
El estreno de Las bodas de Fígaro tuvo lugar en el Burgtheater de Viena el 1 de mayo de 1786. El público pidió la repetición de casi todos los números. «Nunca ha gozado nadie de un triunfo tan brillante», dice el tenor que cantó Don Basilio. El emperador decidió prohibir los «bises» en las representaciones sucesivas para evitar el cansancio de los cantantes, y sin embargo, la obra desapareció del escenario después de tan sólo nueve representaciones.
Leopoldo había abandonado Viena mucho antes de que Wolfgang se pusiera a trabajar en esta ópera y antes también de que pensara en los tres conciertos para piano que cierran su provechosa etapa de concertista, aunque no la de compositor de esta música.
Mientras compone las bodas, Mozart escribe e interpreta los conciertos para piano números 22, 23 y 24 (K 482, 488 y 491). En los dos primeros introduce una novedad tímbrica sustituyendo los oboes por clarinetes. El público obligó a Mozart a repetir la interpretación del andante del concierto n.° 22, «acontecimiento más bien raro», comenta su padre en una carta a Nannerl, aunque a nosotros nos parezca más raro aún que no hiciera lo mismo con el adagio del concierto n.° 23.
El concierto en Do menor (K 491), uno de los grandes sin lugar a dudas, música cargada de vehemencia, sirve perfectamente como final y despedida de la próspera etapa de los conciertos de abono. En el verano de 1786, ante una situación económica que empieza a ser angustiosa, intenta volver a organizar estos conciertos, y después de muchos esfuerzos tan sólo consigue un abonado, su amigo el barón van Swieten.
No sabemos muy bien cuál pudo ser la causa del repentino y rotundo declive de algo que, según hemos visto, producía tantas satisfacciones en el músico y su público. ¿Acabó teniendo razón el conde Arco? ¿Es que el éxito en Viena era tan variable como la moda?
Para unos la explicación podía estar en la evolución de la música de Mozart hacia un progresivo ensimismamiento, en esa tendencia a lo difícil e insólito en la que, calificándolo con unas u otras palabras, coinciden los críticos de su tiempo. Es cierto que, precisamente en esa época, Mozart manda a un editor el primero de una serie de tres cuartetos con piano que se había comprometido a escribir (K 478), y el editor se lo devuelve porque era muy complicado y el público no quería comprarlo, pero ese magnífico cuarteto, junto con otro que escribió un poco después (K 493), no son diferentes a los últimos conciertos de piano en carácter y madurez. En el abandono voluntario, para dedicar todo su tiempo a la ópera, se podría pensar si no hubiese seguido componiendo obras orquestales y de cámara. Quizás las causas fueran externas; se ha pensado en la guerra contra los turcos que arrastró a las grandes familias a retirarse a sus casas de campo, y en la falta de dinero de la aristocracia y la burguesía que provocó esa misma guerra.
Sea como fuere, a pesar de las ganancias que sus abonados le han proporcionado, a lo que hay que añadir la publicación de los seis cuartetos dedicados a Haydn, con los que obtuvo 450 florines, y el estreno de Fígaro, Mozart escribe a un amigo que va a emprender un viaje a Italia: «¡Usted sí es un hombre afortunado! ¡Ay, qué feliz sería yo si pudiera acompañarle! Pero ya lo ve, ahora mismo tengo que dar una lección para ganar algo.»
Lleva mucho tiempo sin moverse de Viena, y dar clases es como encerrarse y no ver la luz del día. Siempre que encuentra un hueco estudia inglés y francés, y ahora tiene un nuevo alumno, Thomas Attwood, que con su amigo el tenor Kelly y los hermanos Storace, todos británicos, le animan para que vaya a Londres.



PUCCINI-LA BOHEME (QUANDO MEN VEO SOLETA)


El 1º de febrero de 1896, un joven Arturo Toscanini dirige en el Teatro Regio de Turín el estreno de "La Boheme" de Giaccomo Puccini. Una partitura magistral para uno de los mejores libretos del campo de la ópera. Puccini encontró en este libreto el argumento ideal para sus inclinaciones y su capacidad. Cada detalle está descrito de manera magistral, la calidez de las melodías se enciende en un texto que simpatiza con los sentimientos humanos.
En un prólogo, los libretistas Giacosa e Illica atribuyen modestamente a Murger, a quien siguieron, los méritos del libreto. No se refieren con ello a la novela, sino a la versión teatral, que apareció en 1849. Pero en realidad cambiaron algunas cosas esenciales. El decisivo personaje de Mimi no aparece en Murger: sus características se reparten en el original entre distintas figuras femeninas. Inútilmente buscaríamos también un Rodolfo en Murger: allí se llama Jacques. El primer encuentro entre Rodolfo y Mimi (que en la obra de Murger se llama Francine) se produce de una manera diferente: no es el hombre el que encuentra las llaves y las oculta, sino la joven... De todos modos, La bohéme es uno de los mejores libretos del campo de la ópera.
Los dos libretistas se complementan de manera casi ideal. Giuseppe Giacosa (1847-1906) fue un poeta de bello lenguaje e imágenes poéticas, mientras que Luigi Illica (1859-1919) tenía talento sobre todo en la parte dramática, en la configuración escénica. Por lo demás, parece que la redacción del libreto fue bastante problemática, por lo que Giulio Ricordi, el editor y amigo de Puccini, tuvo que intervenir como conciliador.
Puccini encontró en este libreto el argumento ideal para sus inclinaciones y su capacidad. Cada detalle está descrito de manera magistral, la calidez de las melodías se enciende en un texto que simpatiza con los sentimientos humanos. Puccini supera el verismo con la melodía íntima; moderniza el romanticismo y llega al estilo que desde entonces será su característica inconfundible. Tenemos delante una partitura magistral en que gran cantidad de detalles maravillosamente logrados se une para configurar una totalidad magnífica. Como ocurre en las obras maestras, no hay un solo compás flojo: hay en cambio una serie de puntos culminantes que se han vuelto mundialmente famosos y muy populares. A ellos pertenecen las dos primeras arias de Rodolfo y Mimi («Che gélida manina» y «Mi chiamano Mimi»), el dúo que entonan ambos al final del primer cuadro, el vals de Musette, el cuarteto del cuadro tercero, que no tiene comparación por su atmósfera invernal y melancólica, y, después del dúo de Rodolfo y Marcel, la escena de la muerte de Mimi.
Puccini no dejó una autobiografía escrita. Pero hacia el final de su existencia contó muchas cosas sobre su vida a un joven amigo y admirador. En las descripciones de éste (Arnaldo Fraccaroli, Giacomo Puccini si confida e racconta, G. Ricordi, Milán, 1957) leemos el siguiente recuerdo de 1893: «Una tarde lluviosa en que no tenía nada que hacer, cogí un libro que no conocía: la novela de Henri Murger me golpeó como un rayo...». En seguida tomó la decisión de componer una ópera a partir del libro. En otoño del mismo año, 1893, Puccini se encontró en Milán con su viejo amigo Leoncavallo, el compositor de Pagliacci. Entusiasmado, contó al compañero de los años difíciles de juventud que estaba trabajando en una nueva ópera: una musicalización de la Bohéme de Murger. Leoncavallo pegó un salto y se puso a despotricar, no sólo porque estaba trabajando en el mismo tema, sino porque él mismo había llamado la atención de Puccini sobre aquel libro, pero Puccini no había mostrado interés por él. Puccini había olvidado el asunto, pues los comentarios de Leoncavallo no le habían causado ninguna impresión. En un instante, los amigos se convirtieron en enemigos. Comenzó la carrera por una ópera sobre la «bohemia». La ganó Puccini; su obra se estrenó en Turín el primero de febrero de 1896 y se difundió con mucha rapidez, a pesar de la fría acogida que tuvo. La ópera de Leoncavallo, que ostentaba el mismo título, se estrenó en Venecia, el 6 de mayo de 1897. Muy pronto cayó en el olvido. En la representación de la obra de Puccini dirigió la orquesta un joven que lo hizo de manera brillante. Fue leal al compositor hasta después de la muerte y 30 años después de La bohéme dirigió también el sensacional estreno de Turandot: era Arturo Toscanini.

MOZART-LAS BODAS DE FIGARO (OBERTURA)


Representada por primera vez en Viena el 1 de mayo de 1786, esta ópera cómica en cuatro actos que supuso el máximo triunfo de Mozart conserva todavía intacta su vitalidad. Con suma habilidad, Lorenzo Da Ponte (1749-1838) extrajo de la comedia de Beaumarchais un libreto rico y complicado, despojándolo en parte de su intención satírica y social y acogiendo sin restricciones el aura rica de difusa sensualidad, que en la comedia francesa estaba compensada por la sana franqueza del popular Fígaro.
Con Las bodas de Fígaro, Mozart superó ampliamente las convenciones del género bufo. En la obra, Fígaro y Susana preparan su boda, pero su señor, el conde de Almaviva, no está dispuesto a renunciar al tradicional derecho de pernada. El conde se ha encaprichado de Susana, camarera de la condesa; la condesa está dolida y decepcionada por las escapadas del incorregible marido.
Los dolidos celos de la condesa y las imprudentes artimañas de Fígaro y Susana para esquivar los anhelos del conde dan lugar a una serie complicadísima de intrigas, durante las cuales Fígaro se descubre hijo del decrépito don Bartolo y de la no menos vieja Marcelina, y la condesa se ve cada vez más envuelta en una peligrosa desviación, delicadamente insinuada, debida a la simulada pasión de Fígaro y al ardor amoroso del precoz paje Cherubino, doncel ansioso de amor, siempre inocente y siempre destinado a dejarse sorprender por los maridos celosos en las situaciones más comprometedoras.
Todo se arregla, naturalmente, y la ópera termina con abundantes matrimonios y reconciliaciones. Este clima blando y afeminado, dominado por una ingenua y casi pueril voluntad de alegría y placer, encuentra su expresión musical en los gozosos gorjeos, ya lánguidamente tiernos (la condesa, Cherubino), ya realzados por una malicia petulante (Susana, Fígaro), que se revela en la saltarina viveza del ritmo.
Hay, en Mozart, la inclinación irresistible y natural hacia un placer incluso demasiado fácil y al alcance de la mano, en el que convergen todos los circundantes, entretejido incluso en la más íntima trama de placer y alegría, y en el cual las realidades más diversas (como la dura vida militar) pueden convertirse en increíble fábula, capaz de una paródica y grotesca fantasía, como sucede en la canción de Fígaro que predice al pobre Cherubino, nombrado "oficial", las marchas en el fango, con el sable al costado, y el concierto de los cañones.
Como los suaves conciertos de voces femeninas son la materia más apta para convertir en sonidos dicho mundo, incluso visualmente, la ópera es rica en escenas galantes que parecen solicitar el pincel de un Watteau: por encima de todas, el disfraz de Cherubino con ropajes femeninos por obra de Susana y de la condesa (en que se aprovecha hábilmente la ambigua sugestión del personaje masculino interpretado por una actriz). En la primera escena, Susana, ante el espejo, se prueba complacida el hermoso sombrerito; y en la melodía acariciadora y ligeramente burlona se encuentra casi un eco de la infantil actitud del mismo Mozart, siempre solícito en preguntar a sus familiares en sus cartas si "están contentos": estar contento, tal es la ley suprema de dicho mundo. Y cuando Fígaro y Susana, en la penúltima escena, entonan su melodía casi soñadora y sentenciosa, tienen verdaderamente el aire de extraer la moraleja de la historia.
Entre los veintiocho números que componen la ópera, sólo catorce son arias: la mitad está hecha de dúos, tercetos y escenas de conjunto. En ello reside el secreto de su viveza. La eliminación de lo estático del aria confiere al conjunto un dinamismo sorprendente; además, algunas arias (como la de Fígaro "Non più andrai..." y la de Susana "Venite, inginocchiatevi...") no están circunscritas al personaje que canta, sino que tratan y completan la personalidad de Cherubino; así se obtiene, en la música, un extenderse, un derramarse y un reciproco reaccionar general en una intriga que es verdadera imagen de la vida.
De ello se alimenta el estilo vocal que Dent llamó "de conversación". La evolución tonal y rítmica, el fraseo y el conjunto de las melodías, coinciden milagrosamente con el valor sintáctico de la frase: la naturaleza de dicha íntima fusión es tal que sería más fácil citar los poquísimos pasajes donde no se realiza que destacarla expresamente. Sin embargo, en algunos puntos alcanza verdadero virtuosismo, particularmente cuando el texto poético de Da Ponte ofrece al músico la posibilidad de divertirse con réplicas y respuestas adecuadas (por ejemplo, al final, el sincopado diálogo entre el conde y la condesa, disfraza de Susana), con juegos verbales (el dúo del din-din y el don-don entre Fígaro y Susana) y con artificios sintácticos (el extraordinario dúo entre Susana y la condesa, con el dictado, la escritura y la lectura de un billete galante). Naturalmente, después de ello, las pocas arias que quedan no constituyen un elemento negativo, sobre todo cuando tienen la plástica viveza de la de Cherubino ("Non so più cosa son, cosa faccio") y de Fígaro ("Aprite un po' quegli occhi"), o la celestial belleza del aria de la condesa, melodía eterna y ejemplar por la progresión ceñidísima de los intervalos, de la que exhala, como un perfume, la resignada tristeza del personaje.

MOZART-LA FLAUTA MAGICA (O CARA ARMONIA)


¿Quién podría creer que esta ópera alegre y resplandeciente como la luz del sol se escribiese a la sombra de la muerte? En muchas de las cartas de Mozart, sobre todo las que escribió a su esposa Constanza, que se encontraba en Badén, cerca de Viena, se puede ver con cuánta alegría trabajó el compositor en este Singspiel. Se percibe la alegría en cada número de la partitura. El trabajo se hizo con facilidad y rapidez. Mozart nunca fue más maduro y más ágil ni tan señor de todos los misterios musicales. Con La flauta mágica el Singspiel alemán dio un paso gigantesco hacia delante.
Si quisiéramos exponer todas las fuentes concretas posibles de La flauta mágica, tendríamos un texto de muchas páginas. Tanto Mozart, miembro activo de la logia, como Schikaneder, estaban muy cerca de la masonería. Las ideas de ésta, y más aún una parte de su ritual y de sus ceremonias, eran muy conocidas en la época y resultaban particularmente atractivas porque eran consideradas "secretas" y se practicaban en círculos que eran inaccesibles al "pueblo". La "asamblea de los sacerdotes" en La flauta mágica, los interrogatorios, pruebas, etc., son claras ideas masónicas que Schikaneder incluyó en el texto. Por supuesto, se incluye la simbología o mística de los números. En esta ópera, el número tres tiene un papel importante: tres damas, tres niños, tres puertas, tres acordes de los metales, tres exigencias morales a los candidatos ("constante, paciente, discreto") antes de poder ser recibidos en el grupo de los "iniciados".
Sin embargo, además de estas "fuentes" generales, hay modelos directos de La flauta mágica. Por ejemplo, la novela Sethos, del abate Jean Térrasson, aparecida en 1731, que adelanta muchos elementos de la ópera de Mozart. Es digno de mencionar un ensayo del "Gran Maestre" de las logias austríacas, Ignaz von Born, pero sobre todo las obras del poeta Christoph Martin Wieland (que era uno de los autores favoritos del padre de Mozart, de manera que es seguro que Wolfgang las conoció en parte). En 1789, es decir, poco antes de la composición de La flauta mágica, se publicó Dschinnistan, una colección de cuentos de Wieland, uno de los cuales se titula "Lulu oder die Zauberflote". También el Oberon de Wieland contiene cosas que muy bien podrían ser fuentes de la obra de Mozart. Por último, señalemos grandes semejanzas del texto de Schikaneder con el drama Thamos, de Tobías Philipp von Gebler. Sin embargo, con estas referencias no hemos agotado la serie de posibles modelos o fuentes de inspiración.
El autor del texto de La flauta mágica sería, según lo que hemos dicho más arriba, un hombre muy culto. Schikaneder lo fue sin duda alguna. Era considerado un actor y director de teatro brillante, que no sólo interpretaba de manera excelente a Shakespeare, sino que en su carrera demostró muchas veces un fuerte instinto para detectar obras nuevas de valor. Si bien podemos considerar que el texto de La flauta mágica le pertenece completamente (suponiendo siempre que se trata de un libreto excelente), ha surgido una y otra vez la sospecha de que una parte del mismo, incluso una parte extensa o la parte decisiva, no procede de él, sino de Karl Ludwig Gieseke, que en la época era traspunte y tal vez una especie de "dramaturgo" del teatro Auf der Wieden, el teatro de Schikaneder. No se han aportado pruebas concluyentes de esto, de manera que no queremos cuestionar que Schikaneder sea el creador del texto de La flauta mágica.
¿Puso Mozart en este caso una música magnífica a un "buen" libreto? ¡Cuánto se ha escrito y discutido al respecto! Hay una innegable cantidad de contradicciones que sería ocioso detallar. Algunas son graves. Y en este punto llegamos a una suposición que no podemos desechar a la ligera: mientras Schikaneder y Mozart trabajaban en La flauta mágica, a fines de la primavera de 1791, un teatro de la competencia representó la comedia Kaspar, der Zauberfagottist, una graciosa "bufonada" en la que aparecen un mago malvado y un hada buena. Precisamente ésas eran las dos figuras de La flauta mágica alrededor de cuyo conflicto central giraba todo: la Reina de la Noche era originariamente noble y buena; el mago Sarastro, malo y peligroso. Schikaneder asistió al estreno y corrió inmediatamente después a casa de Mozart con la consigna de que su ópera debía cambiarse en seguida. El compositor sólo dijo que no con la cabeza: imposible, pues el primer acto ya tenía música. Pero Schikaneder logró que Mozart detuviera la composición hasta que en los próximos días le llevara la versión modificada. Y así, desde el final del primer acto, La flauta mágica se convirtió en cierto modo en una obra diferente y nueva. Por increíble que parezca, hay pruebas de esto. En ese caso, ¿habría que juzgar el texto de La flauta mágica como un todo? ¿No habría que decir que es una pieza que simplemente cumplió con su objetivo, contener la música de Mozart, objeto de una breve serie de representaciones en un teatro popular de un suburbio de Viena? ¿Cómo se explica que Goethe encontrara tan grandioso el texto que pensó seriamente en escribir una "segunda parte", e incluso comenzó a redactarla? Enigmas sobre enigmas, suposiciones, conclusiones (y seguramente también conclusiones falsas): de ningún otro texto de ópera se podrían decir estas cosas en la misma medida. Y sin embargo, todo esto palidece frente a la realidad; y esta realidad consiste en un libreto que produce y seguirá produciendo la alegría de millones de hombres. Hay que tomar La flauta mágica como lo que realmente es: un cuento popular al que no se exige o del cual no se espera ninguna "lógica" verdadera; un cuento en que las cosas se suceden confusamente como en un sueño o como en la psique infantil. ¿Un buen libreto? ¿Un libreto imposible? ¡Un libreto único!
Se percibe la alegría en cada número de la partitura. El trabajo se hizo con facilidad y rapidez. Mozart nunca fue más maduro y más ágil ni tan señor de todos los misterios musicales. Con La flauta mágica el Singspiel alemán dio un paso gigantesco hacia delante, se puso en el camino de Fidelio, del Freischütz. La naturalidad con que Mozart pone escenas profundas y serias al lado de otras de jocosa comicidad, canciones populares al lado de dificilísimas arias de coloratura y auténtico bel canto, apenas tiene parangón en la historia de la música. Cientos de detalles geniales dan como resultado una obra unitaria que alegra tanto el corazón como la inteligencia.
Se dice que Schikaneder propuso a Mozart componer juntos una ópera en la primavera de 1791. Hay fuentes que añaden que pidió al compositor que aceptara aquel trabajo para reanimar su teatro, que estaba en dificultades. Cuesta creer que fuera así: la posición de Mozart en la Viena de la época era demasiado débil para semejante acción de salvamento. Llama la atención el hecho de que, un año antes, los dos viejos conocidos, Schikaneder y Mozart, se pusieran en contacto con motivo de una cuestión que desembocó en La flauta mágica. En octubre de 1790, el actor y director teatral Schikaneder envió a Mozart el texto de un dúo cómico con la petición de que le pusiera música: "Pa, pa, pa...". ¿Pensaba ya en Papageno como figura teatral? No lo sabemos. Se mostró muy satisfecho con la composición de Mozart. Sólo en marzo de 1791comenzó el verdadero trabajo en colaboración. No se sabe si Schikaneder envió a Mozart de una vez el libreto completo. ¿Se llegó a una interrupción en junio por la razón mencionada más arriba, la aparición de una obra de la competencia? De todos modos, Mozart tuvo que suspender unas semanas más tarde, provisionalmente, el trabajo de La flauta mágica para cumplir de manera urgente el encargo de La clemenza di Tito. A mediados de septiembre terminó la partitura. La obertura y la marcha de los sacerdotes fueron incluidas poco antes del estreno. Éste tuvo lugar el 30 de septiembre de 1791 en el teatro Auf der Wieden, en Viena, y la ópera fue aclamada jubilosamente. El éxito creció de representación en representación. Hubo que repetir muchos números. Mozart ya estaba muy enfermo, pero no permitió que le impidieran la alegría de ir al teatro tantas veces como pudiese, incluso para colaborar. En una carta informa de que una vez estuvo a cargo del carillón de la orquesta y que en esa ocasión dio un gran susto a Schikaneder, que estaba cantando la canción "Ein Mádchen oder Weibchen" en el papel de Papageno; había tocado un acorde que no estaba previsto, y con tanta nitidez, que Schikaneder se olvidó de utilizar el carillón. Pero Schikaneder, un actor experimentado que sabía improvisar, golpeó las campanas con la mano y gritó: "¡Callaos!", lo que hizo reír al público y a Mozart. Esto sucedió poco antes de la muerte del compositor. También cuenta cómo llevó una vez a la representación al famoso compositor italiano Antonio Salieri y a su amiga, y que el conocido maestro se deshizo en elogios. El triunfo de La flauta mágica se expresa también en unas cifras de representaciones que Mozart jamás conoció en Viena. El 20 de noviembre de 1792, Schikaneder anunció la representación número 100, que en realidad era sólo la 89; el 22 de octubre de 1795 celebró la número 200. Era en realidad la 135, pero también es ésta una cifra importante, y los directores de teatro siempre pueden exagerar un poco. Una verdadera fiebre por La flauta mágica estalló después de la Segunda Guerra Mundial. Las posibilidades insospechadas que se ofrecieron en esa época a los directores de escena pueden haber contribuido a iluminar una obra tan multiforme desde un punto de vista diferente cada vez. Pero son sobre todo los valores interiores de la obra los que impiden que envejezca.

DVORAK-9ª SINFONIA "NUEVO MUNDO" (2º Y 4º MOVIMIENTOS)

La Sinfonía nº 9 en Mi menor, Op. 95, conocida como "Del Nuevo Mundo" es, seguramente, la sinfonía más popular de Dvořák y una de las más destacadas de todo el repertorio sinfónico. Consta de cuatro movimientos:
I. Adagio - Allegro molto
II. Largo
III. Scherzo: Molto vivace
IV. Allegro con fuoco
Fue escrita en los primeros meses de 1893, durante la estancia de su autor en Estados Unidos que se prolongó desde 1892 hasta 1895. Fue estrenada el 16 de diciembre de 1893 en el Carnegie Hall de Nueva York, con la Orquesta Filarmónica de la ciudad dirigida por Anton Seidl. El éxito fue apoteósico.
De los cuatro movimientos, el segundo es el más conocido; parece ser que Dvořák se inspiró en la lectura de "La Canción de Hiawatha", en la que Longfellow pinta la grandiosidad de los bosques americanos.
La melodía tiene ese aire doliente y nostálgico propio de los “espirituales negros”. Dvořák se interesó por la música nativa americana y por los espirituales afro-americanos desde su llegada a América.
En el Scherzo se escucha una especie de danza ritual india, para acabar en un final de trompas y trompetas en contraste con los acordes secos de la orquesta.
Tras el estreno de la sinfonía, Dvořák explicaba en un artículo publicado en el New York Herald cómo la música originaria americana había influido en su obra. En él afirmaba que, si bien no había utilizado directamente melodías populares americanas, excepto en el segundo tema del primer movimiento, basado en un canto espiritual afronorteamericano, sí había incorporado las particularidades de la música india, desarrollando los temas con todos los recursos de los ritmos modernos, del contrapunto y del color orquestal.

SAINT SAENS-SANSON Y DALILA (MI CORAZON SE ABRE)


Sansón y Dalila es una gran ópera francesa compuesta por Camille Saint-Saëns, en tres actos, con un libreto en francés de Ferdinand Lemaire. Fue estrenada el 2 de diciembre de 1877, en una versión en alemán, en el Teatro Grand Ducal de Weimar Alemania. En España se estrenó el 9 de enero de 1897, en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
La obra, basada en la historia bíblica de la seducción de Sansón por Dalila, es la única ópera del compositor que forma parte del repertorio estándar francés —algunos teatros de otros países la programan habitualmente, especialmente el MET—, aunque alguna vez se repongan otras óperas suyas como La Princesse jaune y Henry VIII.
La escena de amor del segundo Acto es una de las piezas que definen el concepto de ópera francesa.
En 1868, Saint-Saëns inició la composición de la obra como un oratorio pero su libretista, Ferdinand Lemaire, le convenció de su potencial teatral, y Liszt se ofreció a producirla en Weimar, donde era director musical, en una corte cosmopolita, progresista y musical como la del Gran Ducado. En Francia la ópera tenía que vencer muchas resistencias por utilizar un tema bíblico, y no se escuchó hasta 1890 (trece años después del estreno de Weimar) en la ciudad de provincias de Ruán. Para esa ocasión, la cantante Pauline Viardot, que dominaba el papel de Dalila y a quien Saint-Saëns había dedicado la obra, era ya muy mayor para interpretarla.
Dalila es uno de los grandes roles para mezzo-soprano. Saint-Saëns lo dedicó a Pauline Viardot, quien organizó una presentación privada del segundo Acto en su casa en París, con el compositor al piano, con la vana esperanza de interesar al director de la Opéra.
La opera de Saint-Saëns tiene un marcado formato musical de oratorio, especialmente en el primero de sus tres actos, donde se destaca la vibrante arenga de Sansón (tenor dramático) a su pueblo para sublevarse contra la opresión filistea. El primer y último acto son algo rígidos, y la Barcarola del tercer acto parece extraña a oídos contemporáneos. Pero el segundo acto, la seducción de Sansón por parte de Dalila, posee una gran inspiración. Dos arias de Dalila son particularmente conocidas: "Mon coeur s'ouvre à ta voix" y "Printemps qui commence". El aria "Mon coeur s'ouvre à ta voix" se suele interpretar en recitales de concierto. Una de las melodías más conocidas de la ópera es la Bacanal Bacchanale.
Esta basado en el episodio de Sansón y Dalila del Viejo Testamento, concretamente en los capítulos 13 al 16 del Libro de los Jueces y en el Libro de los Proverbios, Libro de los Salmos y en el Cantar de los Cantares. Narra la historia del más famoso juez de Israel, consagrado desde el vientre de su madre para ser el líder del pueblo elegido, dotado de una fuerza espiritual y física sobrehumana, capaz de destruir al ejército filisteo con el sólo poder de su brazo. La fuerza tenía una condición, un "recordatorio divino" de que Sansón seguía siendo un hombre, y por tanto vulnerable al pecado y la debilidad: su fuerza radicaba en su largo cabello y si algo le ocurría, la perdería (de forma algo semejante al talón de Aquiles).
Sansón es vencido por un enemigo carente de armas y de fuerza física: una seductora filistea llamada Dalila, elegida por el sumo sacerdote del culto de Dagón para enamorar a Sansón y así poder arrancarle su secreto y derrotarle. La pasión carnal que Dalila despierta en Sansón hace que éste olvide su misión divina y, dejándose llevar por sus sentimientos e instintos, le revele su secreto como prueba de amor. Dalila, mientras Sansón duerme, le corta el pelo y lo entrega a los soldados filisteos, que le arrancan los ojos, y le encadenan como esclavo a una noria para ser vejado y humillado por el idólatra pueblo filisteo.
Sansón, derrotado y traicionado, se lamenta, implorando perdón y recibiendo las recriminaciones de su pueblo. En una ceremonia en honor a Dagón, falso dios filisteo, en la que Sansón iba a ser el "invitado de honor" para demostrarle que Dagón era un verdadero dios, no como el Dios de Israel, implora al Señor por su fuerza sobrenatural, para poder ofrecer en sacrificio su vida y la de los paganos filisteos que osan blasfemar su santo nombre.
Conducido por su lazarillo al templo, Sansón exclama su última alabanza al cielo y derriba las columnas, desplomándose el templo y sepultándose en vida con los filisteos, incluida la maliciosa Dalila.